Pequeño adelanto de...



Capitulo 18

- Por su aspecto, puedo suponer que aún no encuentra a su amada Isabella.
Se detuvo en seco al oír aquella despreciable voz, miro de un lado a otro buscando a quien acababa de hablarla, sabia perfectamente quien era e hizo uso de toda su fuerza de voluntad para no abalanzarse contra ella y estrangularla como hace tiempo quería hacerlo.
- Maldita sea ¿Quién demonios la ha dejado entrar a mi casa? ¿A mi estudio?
- Acaso no sabes que no se debe maldecir frente a una dama.
- Pediría disculpas, pero dado que no hay ninguna dama en esta habitación, no lo haré.
Se regocijo un momento al ver el rostro de la mujer desencajarse por la furia, bien decían que las palabras podrían ser un arma poderosa para herir y él estaba usando su punto débil, la total falta de clase o titulo de Carmen Sforza.
La observo durante unos minutos, su enorme cuerpo estaba sentado frente a la chimenea en un muy diminuta silla, por un instante imagino el sufrimiento de aquel mueble. Sacudió la cabeza por lo absurdo de su pensamiento, James tenia razón el alcohol estaba causando estragos en él.
Antes de continuar con su charla vio como se llevaba  una taza de té en sus labios, quiso reírse unos instantes por aquella postura que trataba de demostrar algo que no era y nunca jamás seria, una mujer de la alta sociedad.
- Por si mi pregunta anterior no fue del todo clara ¿Qué hace usted aquí?
Ella le sonrió ante la pregunta, el motivo de su visita era algo que había descubierto hace unos días y que se transformaría en una excelente arma contra aquel miserable hombre, que aun cuando su vida estaba destruida y en el fango no daba su brazo a torcer.
Carmen siempre considero que era una mujer con una buena estrella o algo similar, pues sin grandes esfuerzos y casi siempre por casualidades del destino lograba enterarse de aquella información que resultaba beneficiosa y lo que había descubierto era perfecto para sus planes.
- Vuestros empleados tienen mucha más educación que Su Excelencia o solo debo llamarlo Edward el impostor.
Mantuvo su actitud, como si aquello fuera una visita de cortesía, que ambos sabían que no era, algo le decía a Edward que su aparición traería consecuencias.
- Realmente tienta demasiado su suerte, Señora Sforza y le advierto que si tiene algún aprecio por su vida me diga de inmediato que hace aquí.
- ¿Alguna pista de aquella mujercita?
- Si se refiera a mi esposa, le sugiero que la llame por su nombre o su titulo, por qué ella si lo tiene no como otras personas en esta habitación.
- Se refiere a usted mismo. Todavía me pregunto quien pudo enviar aquellas cartas al periódico.
- Creo que ambos lo sabemos – Se sirvió una copa – O al menos yo tengo mis sospechas.
- Me duele el solo pensar que usted pueda dudar de mi.
- Guardarse su dolor y dígame a que vino.
La vio levantarse de su lugar y caminar unos pasos hasta la licorera, se sirvió una copa de coñac, tomo un pequeño sorbo, para luego mirarlo fijamente.
- ¿Qué serias capaz de darme por saber el paradero de su mujer?

 
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