Capitulo 12
Edward se negó a caer en el juego de aquella
despreciable mujer, aunque era obvio que sus últimas palabras podrían ser
considerabas una amenaza a su seguridad. Mantuvo su mirada ante ella, pese a
que aquellos ojos fríos e inexpresivos,
lograban sacarlo de sus casillas. Se autoimpuso recordar las enseñanzas de su madre, en cuanto a
tratar una dama con el mayor de los respetos, aunque claramente Carmen Sforza,
estaba muy lejos de pertenecer a aquella categoría de mujer. Era una arpía y
despreciable bruja.
- Ahora si me disculpan debo atender algo que
es de suma importancia para mi.
- Vaya, Su Excelencia. Tal vez no es demasiado
tarde aún y logre convencer a su mujer que usted es inocente.
- Le aconsejo Señora no seguir por esta vía, si
no quiere que la obligue a marcharse de mi propiedad.
- Sabe que eso no es del todo conveniente para
usted. Mi Lord.
- Si vuelve a herir a mi mujer, mi conveniencia
ya no será nada de importancia. Así que acepte un consejo, deje todo por la paz
si desea seguir contando con mi apoyo.
- Oh, por supuesto y permítame ayudarlo a usted
también. Recuerde que aun tengo la carta, pero hay veces que estas pueden
desaparecer y caer en las manos equivocadas.
- Si eso sucede, me asegurare de cortarle las
manos a quien provoque el problema.
No espero replica, salió del salón a toda prisa
rumbo a las escaleras. Necesitaba hablar con Isabella y necesitaba hacerlo ya.
Isabella estaba frente a la ventana, observando
el paisaje y pensando en las palabras de Carmen, no quería que lo que acababa
de oir de su boca se clavara como una espina en sus pensamientos, pero era
inevitable, en especial si Edward nada le había dicho acerca del testamento y
la imposición de tener un hijo en plazo de un año. Tal vez él no deseaba tener
hijos o tal vez él…no pudo pensar más pues oyó como murmuraban su nombre y de
inmediato supo que él estaba con ella en
la habitación.
- Bella, amor.
Lo sintió tras su espalda, aunque no la tocara
sentía como su calor la envolvía como el más fuerte de los abrazos. Lentamente
se dio la vuelta hasta quedar frente a él.
- ¿Por qué? – Dio un ligero suspiro - ¿Por qué
no me lo dijiste?
- Yo – Bajo su mirada un momento – Tenia miedo
que pensaras que accedí a casarme contigo solo por esa estúpida clausula.
- Acaso no quieres tener hijos…conmigo.
- Oh, mi dulce amor. Claro que lo deseo, ver el
fruto de nuestro amor, creciendo en tu cuerpo es un sueño maravilloso.
La estrecho con fuerza entre sus brazos,
aspirando su aroma a vainilla, dejó un beso en el tope de su cabeza antes de
separarla unos centímetros y encontrarse con sus ojos.
- Pero no deseo que solo seamos padres por que
no lo imponen, mi dulce Bella. Quiero que seamos padres por que la vida nos
regalo aquel milagro, no por mantener un titulo, que creo que por derecho me
pertenece. ¿Estas bien?
- Si, tenia tanto miedo que no me consideraras
lo suficientemente buena para ser la madre de tus hijos…yo….
. ¿Qué tengo que hacer para que entiendas todo
el amor que siento por ti? ¿Qué mi mundo gira alrededor de ti y que tú corazón
es el regalo más hermoso que la vida estuvo alguna vez bien a darme? Te amo,
Bella, te amo desde el primer día que te vi, no me importa que apenas hayas
sido una jovencita en eso entonces, te ame entonces y te amo ahora. Estoy
seguro que incluso en mis otras vidas mi amor por ti no se extinguirá.
- Oh Edward.
Se puso de puntillas para darle un beso suave
en sus labios, pero Edward la levanto para tener un mejor acceso a ella La
aferró con fuerza por la cintura y exploro su dulce boca, hasta que ambos
quedaron sin aliento.
- La amo Lady Cullen, nunca lo olvida….nunca.
Algo en el tono de su voz despertó las alarmas
en Bella, pero estaba tan feliz que simplemente lo dejo ir, no quería que nada
enturbiara su felicidad.
- Ahora si le parece me encantaría demostrarle
con actos cuanto la amo y quien sabe si hoy el destino esta de nuestro lado.
La tomo entre sus brazos y llevo hasta la cama.
Dejando muy claras sus intenciones.
Después de pasar la mayor parte de la tarde en
su habitación, Bella y Edward estaban hambrientos, por más que insistió su
marido no logro convencerla de que se quedaran el resto del día alejados del mundo.
- Estamos recién casados, podemos quedarnos
aquí.
- Tenemos huéspedes.
- Que pueden ser perfectamente bien atendidos
por nuestros sirvientes.
- No es lo mismo.
Bella ya estaba frente a su tocador tratando de
arreglar su cabello. Llevaba solo su corsé y las medias, cubierta por su suave
bata satín, regalo de su hermana. Era extraño, pero amaba el nivel de intimidad
que compartía con Edward y no solo el que vivían entre sus sabanas, sino que
también el cotidiano, como estar frente a él a medio vestir.
- ¿En que piensas?
No lo oyó levantarse de la cama, ni tampoco
cuando llegó a su lado y la rodeo con sus fuertes brazos hasta dejarla apoyada
en su espalda.
- Nunca pensé que esto sería así.
- ¿Esto? perdona amor, pero creo que debes ser
más especifica.
- Me refiero a estar así frente a ti, a lo que
hemos vivido en estos días. A todo.
- Sé que a lo que te refieres, jamás pensé que
podría ser tan afortunado de tenerte así – Beso su cuello – o así – llevo una
de sus manos hasta su vientre y comenzó a bajar lentamente – Esto es un
precioso regalo – Siguió bajando hasta que
la escuchó soltar un suspiro.
- Edward…tenemos que…
- ¿Si? – Su voz estaba calmada.
- Tenemos que… - Las manos de Edward llegaron
hasta el borde de sus calzones y siguió su juego hasta que sintió su piel.
Subió la mano que estaba en su cintura hasta
tocar uno de sus pechos, el cual masajeó lentamente hasta sentir como su pezón
se extendía entre sus dedos. Su boca dejaba besos por toda su piel expuesta,
dejó caer la bata y sus labios trazaron diferentes caminos en su cuerpo.
Sin previo aviso introdujo dos dedos en su
interior, luego los sacó dejándola ligeramente desconcertada, pero volvió a
dejarlo en su interior y en un ritmo suave y acompasado la penetraba con sus
dedos.
- Todavía deseas bajar – Dejó de tocarla.
Las palabras se negaban a salir de sus labios,
así que negó con la cabeza, quedo frente a él
y se aferró con fuerza a sus hombros.
- Tus deseos son órdenes para mí.
Sin esperar más la llevó de vuelta a la cama.
Edward estaba en su despacho tratando de buscar
alguna solución a sus problemas. Cuanto estaba con Isabella todo parecía sin
importancia, su unión era tan fuerte que
era capaz de resistir cualquier cosa, pero una vez que se separaban, lo veía
todo con una luz diferente y la ansiedad de pensar en que podría perderla para
siempre lo dejaba agotado.
Unos golpes y luego la puerta abriéndose le
indicaron que alguien acababa de entrar, levanto la vita y vio a Jacob parado
frente a su escritorio, mirándolo fijamente.
- ¿Se te perdió algo?
- Buenos días a ti también – Se sentó en la
silla cómodamente y luego subió los pies hasta la mesa de su escritorio.
- Por favor no dudes en usas mi chaqueta para
limpiar tus botas.
- Pese a lo gracioso que estas el día de hoy,
necesito que me aclare algo.
- Que eres un invitado no deseado.
- ¿Por qué rayos permites que una mujer como
esa bruja comparte el mismo aire que tú mujer?
Un incomodo silencio se apodero del lugar, los
sonidos parecían agudizarse y solo el ruido del reloj en la pared parecía oírse
y romper aquella insoportable quietud.
- Me esta chantajeando.
- ¿Qué?
- Ella es la espada de Damocles que se cierne
sobre mi cabeza y mi matrimonio.
- No entiendo.
- Acaso eso es algo que debería de
impresionarme – Jacob no sonreía ante esas palabras.
- Dime ¿Qué sucede?
- Tiene una carta…de mi padre. En ella reconoce
que no soy su hijo y que solo me reconoció para que su apellido y bienes
murieran con él.
- ¿Le crees? ¿La has visto siquiera?
- Solo una vez y no sé que creer, pero tú sabes
las consecuencias, si aquello saliera a la luz o siquiera existiesen sospechas.
Mi mujer seria la mas perjudicada y estoy seguro que Carmen Sforza hará todo
para destruirnos.
- ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé.
- Roba esa carta, Edward.
-¿Qué?
El rostro de Edward se desencajó por la
sorpresa.
- Aunque podría apostar que es falsa, creo que
lo mejor que puedes hacer es arrebatársela y listo, todo solucionado.
- Eso es imposible, además temo que trate de
hacerle daño a Bella. La culpa por todo lo que ha sucedido con su sobrina, debo
protegerla a como de lugar.
- Pues entonces debemos idear un plan ¿no
crees?
Nuevamente el silencio cayó entre ellos por
unos minutos. Ambos trataban de encontrar alguna solución. Carmen Sforza estaba
demostrando que era una mujer de recursos y que su ambición no tenía límites.
- Lo mejor en este momento es que ustedes dos
se marchen de aquí – Fueron las palabras que rompieron el silencio que se tomo
el ambiente.
- No es tan sencillo, Jacob.
- Lo es, simplemente haces un par de arreglos,
le pides a una de las doncellas que haga las maletas y listo. Yo mismo los llevare
donde desees.
. Gracias, pero…- se llevó las manos al cabello
– No sé que hacer.
- Edward, todos los recién casados merecen una
luna de miel.
- ¿Luna de miel?
- Si, ese momento en que disfrutas de los
beneficios que el matrimonio puede darte, puedes retozar con tu mujer y bueno –
movió sus cejas sugestivamente – tomas un respiro.
- Le prometí a Isabella que la llevaría al
continente. Tal vez este sea el mejor momento.
- No hay mejor momento que el ahora.
No pudieron seguir hablando, pues Bella entró
como un rayo a su despacho, con una sonrisa de oreja a oreja. Se veía aún más
hermosa cuando estaba feliz.
- Edward amor – Se lanzó a su asiento para
quedar sobre sus piernas.
- Buenos
días Isabella – La saludo Jacob.
Los ojos de Bella se abrieron desmesuradamente
y sus mejillas de inmediato se sonrojaron al ver que no estaban solos. Apenas
pudo murmurar un saludo y trató de levantarse de su lugar, pero Edward se lo
impidió.
- ¿Qué sucede amor mío?
Un soplido escapo de los labios de Jacob, quien
se disponía a levantarse para salir de aquella habitación, aun no era del todo
fuerte como para que le restregaran el amor que sentían en la cara.
- Adiós – Sin esperar respuesta se marchó.
- No quise interrumpir nada.
. Tú jamás interrumpes nada, es un placer
tenerte aquí…así – Beso su mejilla – Ahora cuéntame que sucede.
- Tía Alice ha llegado hace tan solo unos
minutos.
- Que sorpresa.
- Si, una muy agradable. Estoy tan feliz, me
sentí muy triste cuando no llegó a nuestra boda, pero ahora esta aquí.
- Perfecto – la llegada de Alice no era algo
con lo que contara, pero nada podía hacer al respecto.
- Vamos a saludarla.
- Por supuesto.
Todos se reunieron en el salón del té para darla
la bienvenida a Alice, sus sobrinas eran las más felices, pese a que no las
unia un lazo sanguíneo, el amor hacia ellas era muchos más fuerte que cualquier
árbol genealógico.
- Déjame decirte que estas reluciente Isabella,
el matrimonio te ha sentado de maravilla y también otras cosas.
- Soy muy feliz tía.
- Y tu Rose ¿Cómo estas?
. Muy bien tía. Feliz por mi hermana – Le sonrió
a Bella y tomo un sorbo de té.
- Ambas se ven fantásticas y Edward – Sus
vivaces ojos azules se dirigieron al esposo de su sobrina – Pensé que nunca se
serías lo suficientemente valiente para ir tras Bella.
- Digamos que ella fue tras de mí.
- Bueno, no en vano es una Swan.
Siguieron platicando animadamente durante un
tiempo, tratando de ponerse al día de todo lo que habían pasado en el tiempo en
que Alice estuvo recorriendo el mundo, todos reían con sus historias y su
estilo tan relajado para vivir la vida. Estaba en medio de sus aventuras
cuando alguien llegó a interrumpirlos.
- Buenas tardes – La molesta voz de Carmen
cambio por completo el ambiente.
- Que hace esta mujer aquí – Exclamo con furia
Alice.
- Alicia ¿Cómo estas?
- No me llames así, nunca – Se levantó furiosa
y se fue contra ella.
- ¿Por qué? No era así como él te llamaba.
- Por que estas aquí. Deja en paz a mi familia.
- ¿Tú familia? Alicia querida tú no tienes a
nadie.
- Callate.
Nadie podía hablar, en primer lugar por que
ninguno sabía que Alice y Carmen se conocían, y mucho menos entendían que
estaban hablando, pero lo que fuera, le hacia daño a una de ellas.
- Aún no lo superas, aún te duele. Después de
tantos años. Realmente querida, nadie puede vivir tanto tiempo en el pasado.
- Sigues siendo la misma arpía, pero no voy a
permitir que los dañes.
- ¿Yo? Ambas sabemos que tú tienes más razones
que yo.
Pequeñas lágrimas corrían por las mejillas de
Alice, se llevo una mano al pecho y se sentó en uno de los sofás del salón. Como
siempre las palabras de Carmen habían logrado dañarla.
- Fuera de aquí – Edward tomo el brazo de la
mujer y la saco del salón.
Después de unos minutos donde todo pareció
calmarse, Alice se excuso de seguir
hablando y solo les pidió que le indicara donde estaba su habitación. Les
prometió que luego les contaría todo, pero que ahora simplemente no tenía
fuerzas.
La noche
cayó y luego de cenar, todos se fueron a sus habitaciones. Edward y Bella se
sonrieron con la promesa de la noche maravillosa que tendrían. Jacob y Rose se
burlaron unos momentos antes de ir a sus cuartos.
Solo dos
personas no estaban donde se suponía que tenían que estar. Una siguiendo a la
otra. Cuando llegaron al rellano de la escalera, la voz de la mujer a sus
espaldas sonó fuerte.
- Veo mi querida Alicia que has venido a terminar
con tu tarea de hacer desaparecer a los Condes de Barnes de la faz de la
tierra.
Espero que les guste….como
siempre GRACIAS POR SUS COMENTARIOS!!!
Besos
Lulu XD