Sin más preambulos acá los adelantos:
- ¿Qué hace
aquí? Pensé que no era necesario recordarle que usted Señora, no es bienvenida
en mi casa.
- Mi
querido Conde de Barnes, he venido a contarle una pequeña historia.
-
¿Historia? Así que además de arpía es contadora de cuentos y por qué lo que
desea decirme podría importarme.
- Por qué su
vida depende de esto. Su matrimonio y su felicidad están en juego.
- Acaso se
está usted volviendo loca.
- Una vez
su…llamémoslo…padre me entregó una carta, confió en que si fuese necesario
haría un buen uso de ella, me sentí honrada por él, ponía en mis manos el
destino de su familia, pero como era de suponer su confianza no fue total.
- Y
realmente lo culpa por ello. Si de mi dependiera jamás pondría nada en sus
manos.
- Más vale
que termine de oír mi historia, tal vez cambia de parecer – Con un gesto le
indico que continuara – Bueno, como comprenderá me sentí absolutamente herida y
pese a que no deseaba hacer un escandalo, le manifesté al Conde mi dolor, él como forma de compensarme y demostrarme sus
intenciones me contó el contenido de la carta.
- Así que
debo de suponer que usted no la leyó,
solo la recibió y la guardo en el cofre de sus joyas.
- Por
supuesto, me ofende que piense lo contrario.
- Entonces
le pido que…se sienta ofendida.
- Vamos a
ver cuanto tiempo dura su actitud. Su padre me dijo que la carta contenía la
confesión de su paternidad, que tenía un hijo bastardo con una cocinera que
trabajo durante una temporada con la familia. Supongo que sabe a que bastardo
me refiero.
- Por
supuesto, por favor continúe contándome una historia que ya sé.
- Si puede
ser que esa parte la conozca, pero dudo que sepa que existe otra carta. Cuando
mi Jane se comprometió con Anthony, todo fue felicidad hasta que un lamentable accidente
lo alejo de nuestras vidas, transformándolo a usted en el único heredero, pensé
que por sus venas correría la misma sangre de vuestros antepasados, hombre de
palabra, que cumplían sus compromisos, pero como no estaba segura, decidí tener
una garantía.
- ¿Una
garantía?
- Digamos
que literalmente, tengo una carta bajo la manga y le aseguro que puede
destruirlo.
- ¿ Una
carta?
- Su padre
escribió una segunda carta, en la cual se desdice de todo.
- ¿Qué?
- Que usted
no es su hijo y por lo tanto tampoco Conde…usted no es nadie.
- James – Gritó su
nombre desde el pasillo de su casa.
-Aquí abajo.
Estaba en el sótano
acabando una nueva pintura, como siempre sus retratos tenían a una sola
protagonista y no era ella.
Cuando llegó a su
lado, ni siquiera la saludo, solo limpió sus manos y dejo al descubierto su
nuevo trabajo, se lo indico con sus manos, como si fuera el premio de algún
importante concurso.
- ¿Qué te parece?
Victoria se quedó allí
observándolo, hizo su mejor intento de tragarse su decepción, pensó que luego
de tanto tiempo tendría que estar acostumbrada, nunca sería ella su fuente de
inspiración.
Jame no espero por una
respuesta, en cambio, comenzó a desvariar.
- Cuando Isabella, sea
mi novia le mostraré mi colección y así sabrá cuanto la amo. Tengo todo
planeado, pienso confesarle mi amor durante el baile de primavera, cuando
estemos juntos en la pista, se lo diré todo… Crees que me acepte – Ella hizo un
esfuerzo casi sobrehumana para no llorar – Dime Vic ¿lo crees?
- No….no lo sé, James –
Su voz apenas era más alta que un murmullo.
- ¿Qué te sucede? – Se
le quedo mirando fijamente – Oh pequeña – Se acercó y la estrecho entre sus
brazos – Prometo que siempre seremos amigos.
- James, yo…- No pudo
seguir hablando.
- ¿Tú que?
- Siempre estaré a tú
lado.
Aquella fue una de las dos promesas que le
hizo, la segunda fue hecha mientras sostenía una flor en sus manos y su ataúd bajaba
hasta el fondo de aquel oscuro agujero.
- Ella no será feliz, amor. La destruiré….por
ti, por nosotros.
Estaba leyendo tranquilamente mi libro, cuando
sentí más que ver, que ya no estaba solo, realmente debería encontrar otro
lugar privado en la escuela, sin darle señal alguna lo oí hablar.
- Hola.
No quise responderle, continúe tranquilamente
sentada en el asiento más alto de las graderías del gimnasio de la escuela, me
gustaba la soledad que allí se sentía, pero era obvio que el tenia que
encontrarme, estaba por preguntarle si tenía algún radar o algo, mas me decidí
por otra cuestión.
- Supongo que mi madre, ya le dijo a tu tía que
soy una mala influencia.
- Esme confía en mi criterio – Lo mire de reojo
como se sentaba junto a mí – además no pareces “influyente” para nada, digo para que seas una “mala
influencia”– hizo comillas en el aire – Al menos deberías ser capaz de influir
en alguien.
Su estúpido comentario casi me saca una
sonrisa, pero me forcé a mantener mi mejor cara de poker, mientras menos contacto tuviéramos, más
pronto se cansaría y se iría de mi lado. Edgard o Edward o como se llame, me
recordaba a esos perritos vagos que con solo mirarlos decidían seguirte a todas
partes. Aunque honestamente aquellos cachorros, entendían muchísimo mejor una
indirecta.
- ¿Puedo preguntarte algo? – Por un solo
instante tuve la esperanza que se había marchado, pero no, así que si
contestaba su pregunta este cachorro adolescente finalmente se iría.
- Si.
- ¿Alguna vez sonríes? – Aquello capto mi
atención y me le quede mirándolo fijamente.
- ¿Qué?
- No vale que respondas con una pregunta.
- ¿En serio esa es tú pregunta?
- ¿Esa es tú respuesta?
-Solo lo hago en ocasiones especiales.
- ¿Qué tan especiales?
- Dijiste una pregunta – Tome mi mochila del
suelo y me levante de las graderías, cuando había bajado dos escalones, me
voltee hacia él – Adiós, Ed – Le sonreí y me marche.