Capitulo 14
Primer paso
Dejar atrás Cullen Hall no fue tan fácil como ambos
esperaban, mientras el carruaje se alejaba del lugar, miraban con añoranza lo
allí vivido. Atrás quedaban los días felices, las confesiones de amor y los recuerdos llenos
de dicha, que colmaron su estancia ahí.
Aunque
Bella, pensaba que este viaje, al continente, traería nuevos y mejores recuerdos,
más dulces, más románticos o eso al menos trataba de decirse mientras partía,
pues, una parte de ella tenia una extraña sensación, sensación que quedó
implantada desde que Edward anuncio el viaje a Francia, estuvo varias veces
tentada a pedirle que no lo hicieran, que esperaran un tiempo, que no era
necesarios, pero nunca tuvo el valor y además, se sentía egoísta de pedírselo,
en especial porque lo había visto tan feliz con los preparativos.
- ¿Estas bien? – La mano de Edward cubrió la
suya.
- Si, por qué lo preguntas.
- No sé, me pareció por un momento que habías
perdido tú sonrisa.
- Solo pensaba en lo mucho que extrañaré la
tranquilidad del campo.
- No te preocupes, volveremos apenas tú lo
decidas.
Bella solo asintió y Edward agradeció aquel
gesto, porque una parte de él temía no
poder cumplir su promesa, nuevamente maldijo en silencio a Carmen y el poder
que ejerció en su padre, si él como Conde de Masen hubiese sido un poco más
valiente nada de eso estaría sucediendo, o al menos él no tendría que pagar las
consecuencias de su falta de carácter.
Quién lo diría el todopoderoso Conde de Masen,
tenia su talón de Aquiles y este era nada más y nada menos que una mujer,
insoportable, insufrible y con demasiadas ansías de poder. Edward tenía que
reconocer que una parte, muy ínfima, claro, admiraba a Carme, pues su
determinación la hacían un oponente digno de temer, siempre parecía tener una
carta bajo la manga y era exactamente eso lo que tenía a Edward en sus manos.
Se detuvieron en algunas postas para que los
caballos bebieran agua y se alimentaran, necesitaban descansar si querían llegar
pronto. Ellos hicieron lo propio comiendo en las posadas y utilizando sus
servicios para refrescarse.
Llegaron finalmente a Londres tal como lo habían
planeado, tres días antes de partir a Francia. Durante ese tiempo aprovecharían
de realizar un par de visitas a viejos conocidos, gente que para ambos era
importante, como eran una pareja que
recientemente habían contraído matrimonio, no era mal visto que rechazaran la
mayoría de las invitaciones que habían recibido el primer día que estuvieron en
la ciudad.
Edward necesitaba con urgencia reunirse con una
sola persona, era increíble, pero de aquel personaje dependía muchas cosas, en
especial, su vida junto a Bella. Apenas puso un pie en su casa le envió un
mensaje, tenía que contactarlo antes de partir y aunque debiera buscar bajo las
piedras, tendrían su reunión.
Al llegar a su nuevo hogar, Edward le dio un pequeño
recorrido a Isabella por el lugar, mostrándole los arreglos que había encargado
hacer mientras estuvieron en el campo. Le mostró como habían arreglado los
cuartos de invitados, para luego llegar al que sería para ellos, como se
suponía eran habitaciones separadas, conectados por una puerta.
- Espero nunca tener que buscarte tras esa
puerta – La abrazo dulcemente.
- Nunca, siempre juntos, Su Excelencia. No
permitiré que se aparte de mi lado – Se aferro con fuerza a su pecho.
Edward agradeció que no pudiera ver su rostro,
pues de otra manera, no hubiese sabido como explicar como esté se contrajo al
oír las palabras de su mujer. No quería pensar en nada en los próximos días,
aunque una parte de él rogaba que pronto tuviera noticias de aquella búsqueda que
había encargado.
-¿Qué sucede? – Bella se alejó unos pasos de
él.
- Nada amor, solo pensaba en lo afortunado que
soy por tenerte.
Isabella no le respondió de inmediato, en
cambio lo miro como queriendo adivinar sus pensamientos, saber si estaba
mintiéndole o no. Como no encontró nada que la hiciera dudar, se acercó
nuevamente a él para besarlo.
- Yo también soy muy afortunada.
Se separo de él para salir de la habitación,
pero Edward la detuvo, ella lo miro interrogante.
- Creo que debemos realizar una digna
inauguración a nuestra cama.
- Pero son…es aún muy temprano…no….
- Solo bésame amor, lo demás no importa.
Y como una buena esposa, cumplió el pedido de
su marido y comprendió que entre sus brazos realmente nada importaba.
Después de comprobar lo cómoda que era su nueva
cama y algunos otros espacios de su habitación. Decidieron que era hora de prepararse
para la cena a la que asistirían en unas horas, aunque era su primera noche en
la ciudad no comerían ahí.
Estaban invitados a comer con sus suegros y por
mucho que no moría de ganas de compartir demasiadas horas con ellos, Edward sabía
lo importante que era para Bella estar con ellos, luego de varias semanas sin
verlos.
Apenas puso un pie en la casa de los Swan y una
vez que fueron anunciados, noto como la actitud de Charles Swan hacia él había
cambiado. Durante años aquel hombre lo trato con amabilidad, pese a no ser
parte de la alta sociedad inglesa, era irónico que ahora que era un Conde, como
él, su actitud fuese fría y distante, cada mirada que le dirigió mientras
comían, le demostraba que un paso en falso y lo lamentaría para siempre. Edward
comprendió que aquel cambió había comenzado a gestarse desde su compromiso con
Bella, más bien unos día antes, cuando fueron descubiertos en actitudes poco
decorosas.
Una parte de él sabía que resentía por completo
la manera como se llevaron las cosas con su hija y para ser honestos, Edward también
lo hacía. Bella se merecía todo lo que un compromiso conllevaba, paseos,
regalos, romance y nada de eso había ocurrido, dado lo rápido que todo pasado,
pero por mucho que le hubiese encantado ser el prometido de ella por un período
más largo, el que se haya transformado en su mujer en un corto tiempo, era algo
que jamás cambiaría, ni en diez vidas.
Actitud completamente opuesta era la de Renee
que simplemente estaba fascinada por el hecho que su hija estuviera casada con
un Conde. Ella que a diferencia de todos los Masen, nunca lo vio con buenos
ojos, ahora parecía adorarlo y verlo como otro hijo más. Aunque honestamente no
deseaba su aprobación, ver como Isabella era tan feliz por ese hecho, fue
suficiente para agradecerle.
Después de la cena, volvieron a su casa con
bastante rapidez y con mayor rapidez llegaron a su cuarto, habían aún lugares
que debían ser inaugurados.
A la mañana siguiente Bella se fue de compras
con su madre, como habían quedado la noche anterior. Edward agradeció aquello
pues cuando volvieron un corto mensaje había llegado para él y en la mañana
recibiría al destinatario, esperaba oír buenas noticias de su parte.
Después de despedirse de su mujer, se fue a su
despacho, le indico al mayordomo que esperaba una visita y apenas llegara,
fuera conducido de inmediato a donde él estaba. Trató de revisar unos papeles,
pero estaba ansioso, una y otra vez volvía a su mente su conversación con
Carmen Sforza.
Acababa de llegar de
la noche más feliz de su vida y encontrar aquella mujer, era la sorpresa más
desagradable que podía esperar. Hace unos días la había casi arrastrado a la
salida y ahora la tenía frente a él, era bastante claro que no entendía con
claridad una indirecta.
La llevó a su
despacho, no sin antes indicarle a Bella que pronto estaría con ella, beso su
frente y se fue a enfrentar a esa mujer. Una vez en la habitación le indico que
se sentara, el hizo lo mismo frente a ella, pero separados por un escritorio,
aquello era lo mejor para seguridad de
ambos.
- ¿Qué hace aquí?
Pensé que no era necesario recordarle que usted Señora, no es bienvenida en mi
casa.
- Mi querido Conde de
Barnes, he venido a contarle una pequeña historia.
- ¿Historia? Así que
además de arpía es contadora de cuentos y por qué lo que desea decirme podría
importarme.
- Por qué su vida
depende de esto. Su matrimonio y su felicidad están en juego.
- Acaso se está usted
volviendo loca.
- Una vez
su…llamémoslo…padre me entregó una carta, confió en que si fuese necesario
haría un buen uso de ella, me sentí honrada por él, ponía en mis manos el
destino de su familia, pero como era de suponer su confianza no fue total.
- Y realmente lo culpa
por ello. Si de mi dependiera jamás pondría nada en sus manos.
- Más vale que termine
de oír mi historia, tal vez cambia de parecer – Con un gesto de frustración le
indico que continuara – Bueno, como comprenderá me sentí absolutamente herida y
pese a que no deseaba hacer un escandalo, le manifesté al Conde mi dolor,
él como forma de compensarme y
demostrarme sus intenciones me contó el contenido de la carta.
- Así que debo de
suponer que usted no la leyó antes, que solo la recibió y la guardo en el
cofre de sus joyas.
- Por supuesto, me
ofende que piense lo contrario.
- Entonces le pido
que…se sienta ofendida.
- Vamos a ver cuanto
tiempo dura su actitud. Su padre me dijo que la carta contenía la confesión de
su paternidad, que tenía un hijo bastardo con una cocinera que trabajo durante
una temporada con la familia. Supongo que sabe a que bastardo me refiero.
- Por supuesto, por
favor continúe contándome una historia que ya sé.
- Si puede ser que esa
parte la conozca, pero dudo que sepa que existe otra carta. Cuando mi Jane se
comprometió con Anthony, todo fue felicidad hasta que un lamentable accidente
lo alejó de nuestras vidas, transformándolo a usted en el único heredero. Pensé
que por sus venas correría la misma sangre de vuestros antepasados, hombres de
palabra, que cumplían sus compromisos, pero como no estaba segura, decidí tener
una garantía.
- ¿Una garantía?
- Digamos que
literalmente, tengo una carta bajo la manga y le aseguro que puede destruirlo.
- ¿Una carta?
- Su padre escribió
una segunda carta, en la cual se desdice de todo.
- ¿Qué?
- Que usted no es su
hijo y por lo tanto tampoco su heredero, ni mucho menos Cond. En resumidas
cuentas que usted es un don nadie que se aprovechó de su buen corazón y lo
forzó a reconocerlo.
- Está loca si cree que
voy a confiar en su palabra.
- Mí estimado, he
traído la carta conmigo – La extendió para mostrársela – Por supuesto lo que
usted tiene en sus manos es una copia, la verdadera está en un lugar seguro.
- Así que debo de
confiar que está carta es real. Debo confiar en sus palabras.
- Permítame explicárselo
de está manera. Existen dos cartas Su Excelencia, una puede ayudarlo, la otra
hundirlo ¿Sabe usted cual deseo usar?
- No logró imaginar
cual.
- Me alegra que su
buen humor no se haya perdido.
- Supongamos por un
momento que le creo, como esta usted segura que otros también lo hagan.
- Bueno por qué una de
ellas será publicada en el Times. Todo Londres puede saber la verdad.
- ¿Cuál verdad?
- La que yo deseo
contar, mi Lord, esa verdad. Así que de usted depende salvarse o condenarse.
Además seamos honestos, nadie le creerá a usted, es más, para muchos su ascenso
ha resultado sospechoso, está carta vendría a comprobar que es verdad.
- ¿Qué quiere que
haga?
- Finalmente nos
estamos entendiendo.
Golpeó con frustración su escritorio,
necesitaba tener esas dichosas cartas en sus manos, necesitaba destruirlas y
por sobre todo necesitaba quitarle poder a esa mujer.
- Su Excelencia – era la voz del mayordomo.
- ¿Si?
- Una persona dice que tiene una reunión con
usted.
- ¿Cuál es el problema? Hágalo pasar.
- Señor, este hombre no se encuentra en buenas
condiciones.
-¿Esta herido? – De inmediato se pensó - ¿Qué sucede?
- No, él esta bien físicamente, pero…
No pudo continuar por qué en ese mismo instante
un hombre vestido con unos trapos llenos de mugre irrumpía en el despacho de
Edward.
- Si sigo esperando me saldrán raíces ¿Me puede
recibir o no Masen?
- Ahora soy Cullen, no lo olvides.
El mayordomo abrió los ojos desmesuradamente al
darse cuenta que entre ambos existía familiaridad, de todas maneras se mantuvo
en su lugar a la espera de alguna orden. Edward le indicó con la mano que se
marchara.
- Pensé que moriría ahí afuera.
- Veo
que te decidiste por tus mejores galas para visitarme.
- Perdone su majestad si no he venido de
etiqueta a verlo, pero he estado trabajando estos últimos días.
- Has encontrado algo, James.
- Un montón de gente que odia a Carmen Sforza.
Si me dieran un penique por cada persona que desea su ruina, sería mucho más
rico.
- ¿Algo más? ¿Algo de utilidad?
- Suenas gruñón, acaso has pasado una mala
noche.
- Maldición James, demasiadas cosas dependen de
esas cartas, dime que has encontrado algo.
- Perdón, tienes algo para beber.
Edward se levantó de golpe y se fue hasta la
licorera, le preparó un trago al otro hombre, se le llevó y volvió a su
posición.
- Supongo que no muchas personas pueden
jactarse que un conde le sirvió un copa a un mendigo, solo en los libros.
- Si no fueras tan valioso, te juro que ya te
hubiera matado.
- Realmente muy gruñón, pero bueno una parte de
mi te entiende – Se tomó el contenido de golpe – Bueno he descubierto que esa
casa esconde más secretos de lo que puedes pensar, realmente esa Carmen Sforza
en una arpía, tiene algo de cada uno de sus enemigos.
- ¿Las cartas?
- He encontrado muchas, pero lamentablemente
aún no encuentro la tuya, creo que tal vez la lleva consigo, pero según me
contó una de las muchachas, muy guapa debo agregar, se espera el arribo de la hiena en los próximos
días. Así que dame un poco más de tiempo.
- Tiempo es lo que menos tengo.
- Lo sé, pero tengo algunos días más, tu viaje
comienza en dos días y ¿Cuánto planeas estar fuera?
- Dos semanas, Bella más tiempo.
- Es justo el tiempo que necesito, en unos días
pediré trabajo en la casa de Sforza y una vez dentro será todo más sencillo.
- ¿No has entrado aún?
- Edward…Edward…Edward…por supuesto que lo he
hecho, pero es te aseguro que es mucho más sencillo usar una puerta que una
ventana.
- Lo sé.
- ¿No lo extrañas?
- No yo…
Nuevamente la puerta se abrió de golpe y por
ella entró Bella, sonriente y hermosa, que cuando sus miradas se cruzaron todo
lo demás desapareció.
Avanzó hacia él, sin notar que notar que no
estaban solos, se sentó en su regazo y subió las manos hasta su cuello para
acercarlo a ella y besarlo apasionadamente. Cuando se separaron por falta de
aire, Edward acarició sus mejillas sonrosadas, ella nuevamente busco sus
labios, pero antes de que los uniera nuevamente, le murmuro bajito:
- Amor mío, no estamos solos.
Un grito bajito escapo de los labios de
Isabella y se refugió en el pecho de Edward como tratando de desaparecer o al
menos volverse invisible, no quería ver quien más estaba con ellos. Su marido
le daba suaves caricias en su espalda, mientras miraba con el ceño muy fruncido
a James, quien le sonría con malicia.
- Nada más reconfortante para el alma que ver
una pareja enamorada.
- Cierra la boca, James.
- Solo trataba de romper el hielo.
- Una palabra más y yo te romperé otra cosa.
Bella notando la tensión de su marido y para
evitar cualquier problema, se volteó lentamente hasta que sus ojos quedaron
clavados en aquel personaje tan extraño sentado frente a ellos, sus ropas
estaban hecha jirones y su cara estaba sucia, pero era su manera de hablar y de
actuar, lo que demostraba lo que alguna vez su tía Alice le dijo “el habito no
hace al monje”
- Buenos…días – Le dedico una sonrisa tímida.
- Le pido mil perdones, mi hermosa dama, pero
he sufrido un pequeño inconveniente y mis ropas se han visto un poco
maltrechas.
- ¿Un poco? – Ese era Edward, al cual no le
gusto lo de hermosa dama.
- Creo que debo marcharme.
- Me parece lo mejor.
- Si lo creo – Si lo creía o no, no se sabía
pues no se había movido de su lugar.
- ¿Se encuentra bien? Hay algo en que podamos
ayudarlo.
- Usted si que es una buena samaritana, pero
estoy bien. Le ruego no se preocupe por este pobre hombre, que de solo tenerla
frente cree en los milagros.
Bella intento ponerse de pie, pero el agarre de
Edward se hizo más fuerte en su cintura y se lo impidió, no dijo nada, pero era
claro que no deseaba que se acercará a James, tal vez no podía levantarse, pero
al menos decidió ofrecerle su ayuda.
- SI necesita algo, le pido que no dude en
pedirlo, por favor. Podemos facilitarle ropa e incluso puede darse un baño si
así lo desea.
- Oh si le contara mis deseos, tal vez no sería tan amable conmigo.
- Suficiente, James.
- Solo trataba ser honesta con esta maravillosa
mujer. Es realmente un ángel.
Con mucha suavidad tomó a Bella, dejándola en
el sitio que segundos antes ocupaba él, se acercó amenazadoramente a James y lo
tomó de las solapas de su destruida chaqueta.
- Ves un verdadero gruñón.
- Edward, por Dios. Suéltalo.
- Agradece que mi mujer te salvo.
- Mi dulce dama – James se levantó de su lugar
y tomó las manos de Isabella entre las suyas, para luego llevársela a sus
labios – Es usted un ángel, un verdadero ángel.
Bella se sonrojo y solo pudo articular un casi
insonoro gracias.
Edward se acercó a la puerta y la abrió para
él, como clara señal de que debía
marcharse.
- Es una gran mujer – Lo miro fijamente – Haré todo lo que este a mi alcance para
ayudarte. Cuídala y no la pierdas.
- No lo haré.
Los días siguientes pasaron con demasiada
rapidez y sin casi darse cuenta ya estaban embarcando en el buque que los
llevaría a Francia. Edward se fue sin tener ninguna información más de James,
pero con la esperanza de que ya todo pronto acabaría. Bella abordó con la
esperanza de que aquella sensación se quedara en tierra y solo se quedara con
ella el amor que sentía por su marido.
Se tomaron de las manos y ambos fijaron su
vista en el horizonte. Edward suspiró de alivio, la primera fase del plan ya
estaba en marcha.
Hola! Acá nuevo
capítulo, espero que les guste y que las dudas que tienen poco a poco se vayan
disipando.
Como siempre miles de
gracias por sus comentarios y además aprovecho de invitarlos a leer mi nueva historia…”Sin invitación”. Y
también a hacerse seguidores del blog!!!
Nos leemos pronto
Besos Lulu XD