Capitulo 15
Vive l'amour
El viaje en barco, resulto mucho mejor
de lo que Bella pudo esperar, realmente estaba insegura de si aquello era tan
buena idea, sobre todo por que cuando comentaron sus planes durante la cena en
casa de sus padres, su madre la miró horrorizada y de inmediato comenzó a
decirle que cuando ella hizo, años atrás, aquella ruta, fue una verdadera tortura, peor
aún paso todo el tiempo encerrada en su camarote recostada, por que era incapaz
de estar en pie más de dos minutos. No contenta con eso recalco que no era
recomendado que una dama hiciera ese tipo de viajes, pues la mayoría de las
veces se estaba solo rodeaba de hombres. Miro a Edward de manera acusatoria,
por hacer que su hija, una Condesa pasara tal incomodidad solo por conocer un
país extranjero, del cual solo había oído cosas horribles, como que las mujeres
eran instruidas desde pequeñas en ciertas artes amatorias, que enloquecían a
cierto tipo de hombres.
Las primeras horas de su viaje Isabella
temió sufrir los mismos problemas que su madre, pero nada de lo que ella le
relato sucedió, es más, el viaje resulto una experiencia perfecta para
compartir con Edward, quien parecía aún más atento de lo usual ante cualquiera
de sus necesidades, por mínimas que estas fueran. También fue innegable que
estaba mucho más deseoso de compartir en la intimidad. Tal vez no sufrió mareo
alguno, pero al igual que Renee paso gran parte de su viaje en su camarote,
aunque estaba segura que lo suyo había sido muchísimo más grato.
Cuando llegaron a puerto y
descendieron del barco, ya eran
esperados por tres hombres, uno de ellos era chofer del carruaje, también un
muchachito que sería el encargado de su equipaje y por último estaba el
administrador, quien los guio hasta el vehículo que los llevaría a su destino.
El viaje hasta la villa de los Cullen, era de dos horas por lo que aun quedaba camino por recorrer. Aunque ambos estaban un poco cansados decidieron partir de inmediato, rechazando la idea de Alec de pasar una noche en un hotel.
El viaje hasta la villa de los Cullen, era de dos horas por lo que aun quedaba camino por recorrer. Aunque ambos estaban un poco cansados decidieron partir de inmediato, rechazando la idea de Alec de pasar una noche en un hotel.
- Estas segura de que no deseabas
quedarte esta noche – Pese a que ya iban en camino, Edward volvió a preguntarle
a su mujer lo mismo.
- Estoy perfectamente, ya te lo dije
– Presiono su mano con fuerza para darle mayor énfasis a sus palabras.
- Lo sé, solo me aseguraba.
- Gracias – Se acercó a su marido y
lo beso.
- Me gusta tú forma de agradecerme,
que tal si lo haces nuevamente.
- Gracias – Rozó suavemente sus
labios – Muchas gracias – Lo beso está vez de manera más apasionada.
- Si no estuviéramos en un carruaje.
- ¿Qué? – Movió sus pestañas
seductoramente.
- Mi Lady, veo que el clima de la
cuidad la esta ayudando.
- Le molesta mi Lord.
- En lo absoluto, solo que no
estamos en el lugar más apropiado para llevar a cabo ciertas ideas que tiene mi
mente.
- Una vez leí en un libro que se
pueden hacer muchas cosas en un carruaje, no solo viajar.
- ¿Quién eres y donde has dejado a
mi mujer? – Edward le pregunto con voz de falso horror, tratando de ocultar la
sonrisa que se estaba formando en su rostro al notar como poco a poco Isabella
se sentía más cómoda bromeando.
- ¿Te molesta?
- Me encanta Isabella, como no
tienes una idea – Tomo su rostro entre sus manos – Adoro que te estés
convirtiendo en todo una mujer, pero más adoro ser yo él que te esta ayudando.
Bajo uno de sus dedos y acarició su
cuello lentamente, oyó como un suave gemido escapaba de sus labios y continúo
su incursión hasta llegar al lugar donde su piel estaba cubierta con el
vestido.
- ¿Quieres que me detenga? – Paso sus
dedos por el escote de su vestido.
- No…no lo hagas.
Siguió acariciándolo por sobre la
tela, esta vez usando la palma de su mano hasta que sintió como los pezones de
su mujer se endurecían producto de su toque. Se acercó más a ella y fue dejando
besos húmedos por toda la piel de su cuello, mientras sus sentidos se llenaban
de ella.
Nunca dejo de tocar sus pechos y en
un rápido movimiento introdujo dos de ellos bajo la tela, alcanzando aquella
porción de piel que estaba protegida de su toque directo. Continuo su viaje,
pero simplemente sus manos no eran suficientes, con la que aún tenía libre, se
ayudo para quitar la parte superior aquel vestido.
- Pequeña bribona – Sonrió contra su
piel – No llevas corsé.
Bella solo le dio como respuesta una
sonrisa seductora.
- Amo como se ve tú piel sin nada
que la cubra.
- Edward…Edward – Llevo sus manos al
cabello de su marido como una forma de guiarlo.
- Tiéndete en el asiento – Tomo la
cintura de su mujer y la ayudo con su pedido.
Se encontraban en un espacio
bastante reducido, pero aquello no sería un impedimento para Edward, quien
apenas tuvo a su mujer recostada como lo deseaba, se acercó a sus pechos y los
beso, primero uno, luego otro. Su boca fue marcándola, sin ninguna prisa, como
si tuvieran todo el tiempo del mundo, a medida que bajaba por su piel su insipiente
barba raspaba cada porción de ella, hipersensible por todas las sensaciones que
se arremolinaban en su interior.
- Oh Dios, Edward…esto….esto.
- Lo sé, amor mío.
Subió sus faldas hasta su cintura y
sin pensarlo dos veces rasgo la tela que lo separaba de ella. Un gritito escapó
de los labios de Bella, pero poco a poco se transformaron en gemidos de placer,
cuando dos dedos de su marido se introducían en su interior.
- Te amo, Isabella, nunca lo
olvides, ni nunca lo dudes.
- También…te….amo… - Sintió como
acariciaban su interior, en los lugares exactos en que lo necesitaba.
Arqueo su espalda para sentirlo más
profundamente, Edward siguió explorando con sus dedos su interior, hasta que
sintió como eran apresados por sus paredes, haciendo que Isabella llegara al
orgasmo. Para evitar el grito que sabía escaparía de sus labios, uso su boca y
la beso como si la vida se fuese en ello.
- Espero que esto haya sido mucho mejor
que tú libro – Le susurro muy cerca de su oído.
Bella que apenas tenía fuerzas solo
pudo sonreír y abrazarlo con fuerza.
.
.
.
Llegaron exactamente dos horas
después, el cielo de la tarde aún iluminaba el lugar. Luego de arreglar sus
ropas, lo mejor que pudieron, en especial Bella, platicaron el resto del viaje,
sobre los planes que tenía Edward para los días que estaban por venir.
Sintieron como el carro frenaba
suavemente y de inmediato Bella descorrió la cortina para darle una primera
mirada al lugar. Una vez que estuvieron en la entrada, la puerta fue abierta, Edward fue el
primero en bajar, luego ofreció su mano a su mujer, aunque en el último momento
la ayudo de una mejor manera, la tomo por la cintura y la dejo en el suelo.
- ¿Quieres ver los alrededores
primero?
- Me encantaría.
Edward solo había estado una vez
antes, cuando tuvo que hacer un reconocimiento de cada una de las propiedades
que había heredado y realmente aquel lugar lo había encantado, por eso su
decisión de llevar ahí a Bella, mientras un océano los separara de Londres y de
Carmen Sforza, se sentía tranquilo, aunque no del todo. La conversación que
tuvo con Jacob, volvió a su memoria.
- Sigo pensando que tú plan es realmente una porquería.
- ¿Qué harías tú en mi lugar?
- Decirle la verdad.
- Decirle que existe una carta donde se asegura que soy un impostor, que
todo este tiempo me he hecho pasar por alguien que no soy.
- Si, eso se diría.
- Sabes las implicancias que tendría si está supuesta verdad se conoce.
Solo deseo protegerla.
- Mintiéndole. Isabella es más fuerte de lo que crees.
- Lo sé, pero me aterra perderla. Sabes lo que me dijo su madre hace
unos días.
- Conociendo a Lady Swan.
- Que solo acepto mi matrimonio con Bella e intercedió por mí ante
Charles Swan, por mí titulo, sin él jamás hubiese podido aspirar a alguien como
ella. Incluso llegó a comentarme que si Isabella
llegara a enviudar, ya existían algunos interesados en desposarla.
- Dios Santo Cullen, estamos hablando de Renee Swan, una mujer que realmente
jamás piensa lo que dice. Acaso nunca has notado como el pobre de su marido la
hace callar cada dos minutos.
- Lo sé, pero tú sabes lo que pasaría si pierdo mi titulo.
- Además de perder una de las fortunas más cuantiosas de Inglaterra. Tu
matrimonio con Isabella será anulado, pues la persona con la que se caso no
existe y tú irías a parar a la cárcel. Entiendo que tal vez tu futuro no es del
todo optimista, pero crees que Bella te dejaría, acaso la crees tan frívola.
- Sé que ella jamás me dejaría, pero sus padres pueden obligarla,
separarla de mi lado. Si voy a la cárcel como podría impedir que otro se casara con ella, como podría protegerla si
estoy encerrado.
- Así que supones que desapareciendo, lo solucionaras todo.
- Solo desaparecer por un tiempo y lo haré en el caso que James no pueda
encontrar la carta. Bella seguirá siendo mi mujer.
- Confías en la palabra de Carmen Sforza.
- No, pero no tengo otra alternativa que usar a mi favor el tiempo que
me dio.
- ¿Seis meses?
- Seis meses.
Edward sacudió la cabeza con fuerza,
necesitaba tener su mente solo enfocada en Bella, dejar atrás, al menos
mientras estuviera con ella, el infame plazo que tenía y que amenazaba con
cambiar todo para siempre.
- ¿Esta todo bien? – La suave voz de
su mujer fue el bálsamo necesario para calmar sus pensamientos.
- Si – Acarició su mejilla – Si amor.
Luego de recorrer los alrededores,
Isabella llego a una conclusión el Château era realmente maravilloso, parecía
sacado de algún cuento de hadas, no podía dejar de observar maravillada todo su
entorno. Edward sonreía a su lado, presionando fuertemente sus manos unidas, deleitándose
con el perfil de ensoñación de su mujer. La amaba como un loco y aunque pareciera imposible cada día lo hacia
un poco más.
Se repitió a si mismo que todo lo
que estaba haciendo era por ella, aunque tal vez era una apuesta arriesgada
todo lo que tenía planeado, era lo único que podía hacer en aquel momento.
Elevó una plegaria silenciosa, para
que James cumpliera con lo que le había prometido. Pensar que su única
esperanza era James River, aquel bizarro personaje que conoció en la milicia y
al cual le salvó la vida. Era increíble como la vida daba vueltas y ahora le
tocaba el turno a él de ayudarlo.
- ¿Seguro que esta todo bien? – La
dulce voz de su mujer le devolvió nuevamente a la realidad con la misma
pregunta de momentos antes, tenía que aprender a controlarse o ella terminaría
sospechando.
- Por supuesto – Llevo sus manos
unidas hasta sus labios - ¿Te gusta?
- Es precioso simplemente precioso –
Se acercó más a él para besar su mejilla – Será tan hermoso por dentro.
- Perdóname amor, te tengo aquí en
las afueras y debes estar agotada – De un solo movimiento la toma entre sus
brazos - Ahora estas mucho mejor.
- Edward, no es necesario – El
agarre se hizo más fuerte – Puedo caminar, no sé si lo recuerdas.
- Te aseguro que de esta manera
estoy mucho mejor.
Subió con su mujer en los brazos,
las puertas ya estaban abiertas y la mayoría de los empleados de la casa ya los
esperaban. Bella se sonrojo por completo cuando noto como todas las miradas se
concentraron en ellos. Al parecer no era muy común para ellos ver ese tipo de
demostraciones de afecto en público, pese a ser franceses.
- Bienvenidos – Una mujer con un
marcado acento francés los saludo.
- Gracias – Un muy sonriente Edward
respondió.
Con una ligera inclinación de cabeza
saludo a todos los demás y continúo su camino hasta el segundo piso. Ya habría
tiempo de conocerlos a todos.
- ¡Por Dios! Que pensaran de
nosotros.
- Son franceses, así que deben de
tener unas cuantas ideas – Beso la punta de su nariz – Ahora que tal si ponemos
en práctica las ideas que rondan mi cabeza o tienes algún otro libro en mente.
.
.
.
En un lugar de Londres….
James suspiró frustrado, había
recorrido de punta a cabo aquella casa y aún no encontraba ni rastro de las
dichosas cartas. Maldita vieja víbora, no podía negar que era sumamente
inteligente, pero esa era la única cualidad que podría verle y además aquello
jamás lo reconocería a viva voz, ni aunque su vida dependiera de aquello.
Lo único que había logrado en ese
tiempo fue ganarse la confianza de algunos de sus empleados los cuales le
dejaron bastante claro que la odiaban y harían lo que fuera para vengarse de
ella, al menos no fue tiempo perdido del todo, pues debía reconocer que aquello
era un punto a favor para su búsqueda,
pues recopilaba información que llegado el momento podría ser importante. De
hecho una de las muchachas, le comentó a la ligera, mientras le coqueteaba, que Carmen Sforza escondía más de un secreto y
que uno de esos es que la dejaron plantada el día de su boda, no conocía
demasiados detalles de la historia, pero al parecer el hijo de una de las
familias con mejor linaje de Inglaterra, la había enamorado y propuesto
matrimonio, algo sucedió en el intertanto, que hizo que la dejara vestida de
novia en la iglesia. Desde ese día la dulce muchachita que había sido, hizo su
mejor esfuerzo por imaginar algo dulce en aquella mujer, cambio por completo transformándose
en la mujer vengativa que era ahora.
Mientras recorría los desolados
pasillos de la casa Sforza, James no pudo evitar pensar que cualquiera que haya
sufrido semejante decepción, tendría cierto derecho a transformarse en una persona
con la dulzura de la hiel, el problema era que había llegado a un punto donde
simplemente era despiadada solo para atormentar a quienes la rodeaban.
Varios criados le habían dicho que
solo estaban en esa casa por Jane, pobre criatura, vivir bajo el yugo de
aquella bruja sin corazón no debe de haber sido fácil para ella. Aún no había
tenido el placer de conocer a aquella muchachita, pero si era familiar de
Carmen, realmente no tenía demasiadas esperanzas de ver alguna belleza en ella.
Entró la último lugar que le quedaba
por inspeccionar, ya había estado allí antes, mas decidió que entraría
nuevamente, solo por si algún detalle hubiese sido pasado por alto. Como siempre
se aseguro de mantenerse en un rincón, solo en caso de que alguien entrara.
Miró a su alrededor para ver si había algo sospechoso, noto que el tocador
tenía un orden diferente que las anteriores veces, un lazo color rosa
sobresalía entre todas las cosas. Sin saber muy bien por qué, una fuerza lo
atrajo hacía aquel trozo de tela y se acercó, lo tomo suavemente y jugueteó con
el, luego se lo llevo hasta la nariz, tenía un tenue aroma a lavanda, que lleno
sus sentidos, tan ensimismado estaba que no oyó cuando la puerta se abrió, solo
reacciono cuando una voz de mujer lo devolvió a la realidad.
- ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? –
Pudo notar, pese a la oscuridad, como los ojos de la muchacha, que eran más
azules que el cielo de la mañana, se
abrieron de tal manera que parecía que fueran a salirse de su orbita.
- Perdone usted Mi Lady – Hizo una inclinación
de cabeza como si se encontraran en un salón de baile y no en una habitación -
Pero no puedo revelar nada de mi misión.
- ¿Su misión? – Su voz era apenas un
murmullo – De qué esta hablando, está en mi habitación que misión puede hacer
usted aquí.
James sonrió maliciosamente, si
supiera que misión podían emprender juntos en aquel lugar, tal vez la asustaría
más o tal vez no. Decidió que no era el momento de descubrirlo, pero tomo nota
mental de que en algún momento se lo preguntaría.
- Si no se marcha pronto, gritare.
- Belleza, si hubiese deseado que me
marchara de su habitación, su grito debió haber comenzado hace minutos atrás.
- Márchese por favor, alguien puede
verlo. Mi reputación podría verse seriamente dañada, por favor….por favor –
Algo en el tono de su voz hizo que James quisiera abrazarla y confortarle, pero
aquello era imposible.
- Sus deseos son órdenes, pero le
aseguro que este es solo nuestro primer encuentro – Se acercó a la ventana,
hizo una reverencia y con un elegante movimiento desapareció de la vista de
Jane.
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Ya llevaban dos semanas en su
pequeño paraíso personal y aunque aquellos días habían sido felices para ambos,
viviendo a pleno su amor, recorriendo los lugares cercanos, conociendo a
la gente que vivía en el pueblo y
disfrutando sus noches como los enamorados que eran. Había algo que no les
permitía que su felicidad fuese completa, sin comentárselo al otro, una extraña
sensación los embargaba y asustaba, pues el mundo necesita equilibrio y no se
puede ser feliz eternamente.
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-Monsieur - La voz del mayordomo hizo que levantara su
cabeza del libro de cuentas que revisaba en esos momentos.
- Sucede algo, Pierre.
El hombre avanzo unos pasos hasta quedar a unos centímetros de su
escritorio. Llevaba algo en una de sus manos.
- Acaba de llegar está carta para usted.
De inmediato Edward enfoco todos sus sentidos en el sobre que descansaba
en aquella bandeja plateada, trato de contenerse y no lanzarse de inmediato
sobre ella. Tenía que ser sumamente cuidadoso en su forma de actuar, sabía que
debía comportarse para no levantar ningún tipo de sospechas, solo en caso que
tuviera que poner en marcha la segunda parte del infame plan.
Suspiro, pensar que su destino dependía de unas cuantas líneas escritas,
no solo su destino sino que también el de su mujer.
- Lady Cullen ¿Dónde está? – Aunque amaba tenerla a cada instante cerca
de él, en este momento exacto necesitaba toda la privacidad que fuese posible.
- Ha salido con una de las muchachas de la casa. Su Excelencia.
Al notar la mirada de extrañeza de Pierre, recordó que la misma Isabella,
hace apenas unas horas atrás fue a despedirse de él, recordándole que daría un
paseo por el pueblo. Suspiro aliviado, le quedan al menos una hora antes de que
volviera.
- Deja la carta ahí – Le indico
el único espacio vacío de su escritorio – Ahora puedes marcharte – No le
importo en lo absoluto sonar brusco.
Con una reverencia de cabeza se dirigió hasta la puerta y se marcho.
Edward no espero más y tomo el sobre entre sus manos, sin importarle en
que lugar había un abrecartas y lo rasgo. Leyó con sumo cuidado las tres líneas
que contenía el mensaje, lo releyó nuevamente y luego, aun con el papel en sus
manos, lo presiono con fuerza hasta que sus nudillos estuvieron blancos. Tres insignificantes líneas que significaban
su futuro y sus pasos a seguir.
Se levantó de su lugar y se fue hasta la licorera, se sirvió una copa de
coñac y se lo bebió de un trago, luego
encendió la chimenea, aunque estaban en plena primavera, miro como poco a poco
el fuego comenzaba a formarse y lanzo aquel trozo de papel.
Al igual que dejaba atrás aquella nota, Edward esperaba dejar atrás todo
lo sucedido en las últimas semanas, su apuesta ahora era todo o nada.
- Espero que puedas perdonarme – Susurro Edward en aquel cuarto vacío.
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En algún lugar de Londres…
Le entregó su caperuza al mayordomo
y continúo su camino, sin importarle el ser anunciada o si la persona a quien iba
a ver, podría recibirla. Entró a su despacho sin siquiera golpear y la vio ahí
sentada, como si llevara varios minutos esperándola.
- Déjalos en paz o te juro que te arrepentirás.
- Y que harás Alicia, eres
simplemente una solterona loca.
- Por supuesto y tú eres una vieja arpía,
pero ambas lo sabemos.
- No te permito….
- Carmen, llevamos años conociéndonos,
así que evita hacer este tipo de escenas de mujer herida en su honra.
- ¿Qué deseas?
- Ya te lo dije, no quiero que les
hagas daño.
- No sé a que te refieres.
- Isabella y Edward, deja que vivan
su amor.
- NO.
- ¿Algún día lo superaras? Él nos abandonó
a ambas.
- Si, pero él al menos te amo.
- Ninguna se caso con él. Además a ti siempre te considero su amiga más
preciada.
- Él nunca fue mi amigo.
- El confiaba en ti.
- ¿Confianza? Solo me utilizaba a su
antojo, hasta que me di cuenta que yo también podía hacerlo – Alice dio un
suspiro de frustración.
- ¿Qué tiene que ver Isabella o
Edward?
- Es su hijo y ella esta ocupando el
lugar que por derecho le correspondía a mi Jane.
- Edward, apenas y lo conoció como
su padre, no puedes castigarlo por sus errores y mucho menos a Bella, ella nada
tiene que ver.
- Él es igual a su padre, no sé
puede confiar en su palabra.
- Que palabra por Dios, fue Anthony
él que le ofreció matrimonio a tú sobrina, no Edward.
- No me importa, ella debió ser Condesa,
no la insignificante de Isabella – Sonrió maliciosamente – Aunque aquello no
importa, por qué presiento que todo está por cambiar.
- ¿Qué has hecho?
- Ya lo verás, querida Alicia, ya lo
verás.
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Isabella entró a su habitación y de
inmediato supo que algo no estaba bien, miro a su alrededor tratando de buscar
alguna respuesta a su inquietud, hasta que la encontró, sobre su mesita de
noche había un sobre, no sabía muy bien el por qué, pero tenía temor de
acercarse y tomarlo.
- No seas tonta, tal vez es una nota
de Edward.
Sacudió su cabeza, como tratando de
quitarse las ideas absurdas y tomo el sobre entre sus manos. Sacó la nota
doblada en cuatro partes y comenzó a leerla, a medida que avanzaba en su
lectura, sus ojos se fueron aguando hasta que al final, varias lágrimas recorrían
su rostro y solo una pregunta quedo rondando en su mente.
- ¿Por qué Edward?....
Bueno el capitulo ha quedado largo, lo quise hacer aún más, pero tengo
un dolor en mi muñeca que simplemente me lo impidió!!!
Como siempre GRACIAS TOTALES por sus comentarios…recuerden que ese en mi
único pago!
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y en twitter por @Lulu_Masen (realmente son sumamente original)
Se vienen sorpresas cuando alcance los 100
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Besos
Lulu XD